Política | Ayer

Sin escudo en el Congreso

Río Negro pierde peso nacional y Weretilneck queda sin respaldo legislativo

La provincia será la única del país sin representantes que respondan al oficialismo provincial. El gobernador, sin interlocutores en Buenos Aires, depende ahora de acuerdos circunstanciales.

Algo se rompió y ya no hay vuelta atrás. La derrota de Juntos Somos Río Negro (JSRN) en las legislativas del 26 de octubre no fue simplemente un revés electoral: fue el final de una etapa política que durante años se sostuvo en acuerdos frágiles, aparatos municipales dóciles y una identidad provincial que, a la primera tormenta, se disolvió como arena entre los dedos.

El 10 de diciembre marcará el momento más simbólico de ese derrumbe: Río Negro quedará como la única provincia del país cuyo gobernador no tendrá ni un solo representante propio en el Congreso Nacional.

Alberto Weretilneck, el operador silencioso que supo tejer pactos con kirchneristas, macristas, libertarios y quien hiciera falta, aparece hoy completamente aislado.

El Senado y la Cámara de Diputados cambiarán sus nombres y colores, pero ninguno responderá a él. Río Negro queda sin voz, sin defensa política y sin capacidad de presión en un Congreso cada vez más fragmentado y feroz. Y en la arena federal, donde todo se negocia, el que no presiona, no existe.

Durante una década, Weretilneck construyó poder no a través de una estructura sólida, sino a fuerza de equilibrios personales, acuerdos de pasillo y lealtades atadas a cargos y obras públicas.

JSRN nunca fue un partido arraigado, sino un cascarón armado para ganar elecciones. Mientras hubo recursos, funcionó. Cuando la billetera nacional se achicó y los envíos discrecionales dejaron de fluir, las lealtades comenzaron a desgranarse.

Intendentes que antes se mostraban incondicionales, hoy tantean nuevos padrinazgos; sectores sindicales que antes se alineaban con el gobierno provincial, ahora se reacomodan según sopla el viento nacional.

El resultado de esas elecciones dejó al gobernador en la posición más incómoda posible: no tiene quien levante la mano por él en el Congreso, no tiene línea directa de negociación institucional y depende, casi exclusivamente, de favores ocasionales y promesas verbales.

En un escenario donde Javier Milei empuja un ajuste que golpea fuerte en el sur, donde se discuten tarifas energéticas, subsidios al transporte, regalías y futuras obras clave para Vaca Muerta y la Hidrovía Sur, Río Negro queda muda. Y Weretilneck queda solo.

La imagen es brutal: un gobernador que alguna vez supo ser el gran articulador patagónico, hoy reducido a un dirigente que mira cómo otros ocupan el centro del escenario.

Mientras La Libertad Avanza muestra señales de progreso, el peronismo recompone su instalación territorial y los intendentes pujan por nuevos liderazgos, Weretilneck aparece como una figura agotada, sostenida apenas por la liturgia del cargo.

Su ciclo, que parecía incansable, empieza a escribirse en pasado. La política es así: no perdona a los que confunden votos prestados con poder real.

Río Negro lo percibe. Buenos Aires lo confirma. Y Weretilneck, sin soldados y sin bancas, enfrenta su momento más vulnerable desde que llegó al poder.

La soledad, en política, no es silencio... Es sentencia.

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